jueves, 23 de junio de 2016

Revisión de estanterías (o cuando lo perfecto es enemigo de lo bueno)





La ciencia jurídica, que es la ciencia que estudia las formas que tienen los seres humanos de regular, estableciendo normas que garanticen la convivencia en sus relaciones, tiene un principio básico: la vida, con toda su riqueza, no puede meterse en un libro.

Todos los casos posibles, las distintas realidades que pueden afrontar los seres humanos en el marco de su relaciones, no pueden ser previstas en todos los casos.

Esta circunstancia, este hecho objetivo, puede ser abordado por la redacción de una norma jurídica de dos formas: Puede tratar de establecer reglas muy detalladas y precisas de cómo llevar a cabo sus prescripciones, hasta el punto de dejar el mínimo margen posible para las interpretaciones diversas a las que pudiera darse lugar, evitando las diferencias derivadas de interpretaciones divergentes.

Así, por ejemplo, el código de ADR de transporte de mercancías peligrosas por carretera regula al máximo detalle las características de todos los elementos que deben acompañar a un envío por vía pública. Se entretiene en determinar, por ejemplo, los milímetros mínimos del ancho del borde del rombo que debe marcar las cajas de cartón que contienen seis botellas de lejía, lo que llamamos LQ o “clases limitadas”.

El control, en este caso, es sencillo pues basta con medir el ancho de dicha banda  y, si no llega a lo marcado, se estará incumpliendo la misma, y por lo tanto, dicho transporte podrá ser objeto de sanción.

Paradójicamente, esta sistemática provoca altos dosis de inseguridad jurídica pues genera normas de una extensión enorme, de muy difícil conocimiento por parte de los ciudadanos, y provoca grandes dudas cuando nos encontramos con algún supuesto que no esté expresamente previsto. Para contrarrestar este último problema, estas normas requieren de actualización frecuente, en el caso del ADR, cada dos años, lo que supone aún mayores dosis de inseguridad jurídica: ¿lo estamos haciendo bien?, ¿podremos seguir haciéndolo así el año que viene?.

Una alternativa, en su momento utilizada por la ley de prevención de riesgos laborales, es intentar justo lo contrario, utilizar un lenguaje genérico pero bien escrito, que permita ser aplicado a un número amplio de casos, adaptándose bien a distintas realidades pero, eso sí, requiere que todos los agentes intervinientes en el proceso de aplicación de la norma utilicen el menos común de los sentidos: el sentido común.

Siguiendo con el ejemplo anterior, bastaría con decir "la banda deberá ser suficientemente visible".

Es lógico que esta forma de regular ponga un poco nerviosos a los técnicos. No da muchas certidumbres pero, insisto, si todos los intervinientes en la cadena de aplicación de la norma utilizan la lógica y son razonables, en el fondo, es mucho más práctico utilizar este sistema que la alternativa de la hiper-regulación.

Sucede, que ese espíritu inicial con el que se aprobó en el año 95 la ley de prevención se ha ido desvirtuando en el transcurso de estos 21 años. La norma decía que las empresas debían evaluar y prevenir los riesgos que su actividad pudiera generar para sus propios trabajadores. No era posible decir, lógicamente, que está prohibido someter a los trabajadores a ningún riesgo en absoluto porque todos sabemos que el riesgo cero no existe en la realidad, no es posible alcanzarlo. Podemos trabajar con ahínco y la máxima diligencia humanamente posible y aún así, habrá un margen para que el riesgo se materialice y se produzca  un accidente.

A estas alturas ya se estarán preguntando qué tiene que ver todo esto con las estanterías.

Muy sencillo: periódicamente las empresas asociadas reciben ofertas de empresas especializadas en revisión de estanterías que empiezan por destacar la “necesidad” de realizar el programa de revisiones que aparecen en el apartado 6 de la NTP-852 “Almacenamiento en estanterías metálicas” que incluye un programa de inspección diaria, semanal, mensual y “anual por experto, realizada por personal independiente, competente y experimentado en esta actividad; con notificación, calificación y comunicación de daños”. Es decir, un programa tan exigente que si se cumple con la prescripciones de la NTP no se podría hacer prácticamente nada más.

Es por eso que todas las NTPs comienzan con una frase: “Las NTP son guías de buenas practicas. Sus indicaciones no son obligatorias salvo que estén recogidas en una disposición normativa vigente. A efectos de valorar la pertinencia de las recomendaciones contenidas en una NTP concreta es conveniente tener en cuenta su fecha de edición” pero, claro, traicionando el espíritu de la ley de prevención, el espíritu de la lógica y la sensatez, en caso de que algún accidente sucediera con las estanterías a alguien le dará por preguntar: “Ah, ¿pero no se seguía el programa de revisiones de la NTP?...” entendiendo cada NTP como una especie de ADR.

Pues bien, es importante poder responder que sí a esa pregunta, pero no se líen, un sencillo procedimiento respecto a las revisiones diarias, semanales y mensuales es más que suficiente.

¿Y respecto a las revisiones anuales?...  basta con incluir en la “Hoja de Visita” que se realiza con los técnicos del SPA un check-list bien pensado para una revisión de las estanterías y asegurarse de hacerlo al menos una vez al año.

Es imposible hacer y aplicar perfectamente “un ADR” de todos los aspectos de la prevención, y las estanterías son solamente uno más… y sí, intentar la perfección solamente lleva al bloqueo.

viernes, 3 de junio de 2016

Matar



Para comenzar suave, ganando audiencia, una pregunta filosófica de difícil respuesta: ¿matar es siempre algo "malo"? o, formulada la pregunta de forma más seria: ¿el acto de matar es siempre intrínsecamente negativo?.

Creo que obvia decir que no me estoy refiriendo, por supuesto, a seres humanos y, desde ya advierto, que me niego a debatir sobre la pena de muerte, una de las más horrendas barbaries que ha conocido la humanidad.

Respecto a los animales, confieso mis dudas y aceptó mis defectos y contradicciones. Durante mucho tiempo me negué a matar ningún animal, insectos incluidos. Si una mosca entraba en mi casa, me limitaba a atraparla con vida y expulsarla. Sin embargo, nunca he dejado de comer carne y, siendo realistas, lo único que realmente hacía, era delegar en otros la acción de matar, disfrutando yo de sus beneficios.

Pero soy consciente de que mi negativa a matar animales, a utilizar insecticidas en mi casa, se aprovechaba del hecho de que, durante muchos años, Europa ha sido ampliamente fumigada y tratada con ellos, desterrando enfermedades, antes endémicas en nuestro ámbito y hoy, por suerte o por esos esfuerzos más bien, desaparecidas.

Entre julio y diciembre 1821, por un brote de fiebre amarilla transmitida por un mosquito, murieron más de 6.000 personas en Barcelona. Hasta la proliferación del DDT, con toda la polémica que su uso ha supuesto, la malaria era común en los países de la Europa mediterránea y no fue hasta 1964 que la OMS declaró erradicada la enfermedad en España.

Mi actitud personal, infantil, contradictoria y un tanto egoísta, comenzó a resquebrajarse cuando mi hija era un bebé. Después unas cuantas mañanas de despertarla con unos terribles habones en la cara, provocados por picaduras de mosquitos, a modo de venganza, comencé a matar con saña a cada uno de aquellos malvados bichos que tenía la desgracia de cruzarse conmigo, dentro de mi casa.

Yo he aceptado mis contradicciones y las reconozco pero... ¿ustedes lo han hecho?, ¿la sociedad urbana occidental lo ha hecho?. Y digo "urbana" porque mi abuela, en su caserío, siempre tuvo clara cuál era la función y el último fin de los animales que criaba con tanta dedicación y cariño y, de crío, siempre me asombraba la sencillez con la que, cuando había que matar una gallina o un conejo, simplemente, los mataba.

Pero en este blog ya he hablado de los derecho de los animales, y ya me he llevado mis capones por ello, así que, hoy voy a ir un poco más allá y voy a insistir en mi incorrección política y provocadora al afirmar, con rotundidad, que matar es un hecho natural y que la naturaleza nos ha concedido la inteligencia y el derecho a usarla para proteger a nuestros hijos y protegernos a nosotros mismos matando.

- "Luis, tío, ¿ de qué vas?"

¿Me he pasado?... ¿en serio?.... ¿y si atempero un poco la afirmación diciendo que todo derecho implica una responsabilidad y que, para ejercerlo es imprescindible tener en cuenta el respeto estricto a la Sostenibilidad y al Desarrollo Sostenible?... ¿ni aún así?.

En fin, no se lo reprocho. Es básicamente mi postura respecto a las vacas y los chuletones: no quiero enterarme ni, por supuesto, verlo. Alguien mata por mí. La misma que adopta tanta gente cuando se habla sobre cómo funciona la Industria Alimentaria: "Es mejor no saber porque, si sé cómo se hace, dejaré de comer salchichas". Una postura cómoda. Infantil, pero cómoda.

Dicen los expertos, los que de verdad saben de estas cosas, que el cambio climático va a convertir el sur de Europa, en breve plazo, en una zona propicia para el desarrollo de mosquitos tropicales, vectores básicos de transmisión de enfermedades como zika, la malaria, el dengue o la fiebre amarilla.

Pues bien, la política europea de biocidas parece diseñada para acelerar este proceso.

"Biocida" un neologismo que no viene aún en el Diccionario de la Academia pero que, como han deducido perfectamente proviene de "bios" - "vida" en griego y que se agrupa con la misma terminación que homicida, parricida, genocida, suicida, regicida...  bonita compañía, ¿verdad?

Las pymes europeas se enfrentan al hecho de que, para registrar una formula con efecto "biocida" hay que presentar un expediente ante el Ministerio de Sanidad, que puede alargarse durante años, y cuyo coste, entre ensayos y tasas, supera los 100.000 €.

Entre otras pruebas hay que presentar ensayos normalizados de eficacia. Es decir, no solamente hay que demostrar que el producto es compatible con el Desarrollo Sostenible y que "no mata demasiado"... hay que demostrar que mata lo suficiente.... vamos, casi, casi, como lo que le piden a la homeopatía.

Supongo que la Unión Europea no querra ver casos de malaria en su territorio pero se ha metidos desde 1998 en una espiral que me recuerda a mi perfil de carnívoro con mala conciencia.

Mientras África y Latinoamérica luchan en una guerra a muerte contra los mosquitos incluso, con una práctica auspiciada por la OMS como la de distribuir mosquiteras impregnadas con el malvado DDT, los europeos no queremos mirar, no queremos saber: otros matarán por nosotros.

Espero que esos otros lo hagan bien y sea suficiente.

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